martes, 22 de enero de 2013

Un antídoto hedonista





Joan Carrió. “Mostra d’hivern”
Galería ArtMallorca
C/Missió, nº 26, Palma.
11 enero - 1 febrero
http://www.joancarrio.com/



El arte, cuando es bueno,
es siempre entretenimiento

Bertold Brecht

El talento es uno de los mejores regalos que cualquier persona en general y artista en particular puede desear poseer en su colección personal de adjetivos calificativos. El talento, entendido como la facilidad natural para el desarrollo de una actividad, bien escaso y demasiadas veces aplicado con excesiva generosidad, se encuentra sin duda en las manos del pintor mallorquín Joan Carrió (1969). Carrió es uno de esos pintores de vocación que con una formación prácticamente autodidacta logra provocar la admiración del público con obras de técnica impecable, en algunos casos, basada en la superposición de capas; un homenaje a otra época que esconde un laborioso trabajo, rígido y frustrante por la lentitud que ello supone, en una sociedad como la actual, regida por el consumo y la exigencia de resultados inmediatos. Sus obras son una oda a otro tiempo, a otra manera de hacer, a otro ritmo de trabajo, recorriendo como buen mallorquín, un camino que, motivado por el reconocido pintor Pep Munar, empieza en el paisajismo tradicional para desembocar en unas vistas más contemporáneas del entorno que nos rodea.
Contrariamente a la extendida opinión de que el arte se ha convertido en algo críptico, en, como diría Baudrillard “un delito de iniciados”, la obra de Joan Carrió es clara y directa, de fácil lectura y de precisa basculación entre la fruición estética y el placer de la identificación. La captación de momentos robados, reinterpretados a posteriori en el estudio del pintor, donde a menudo se reflejan situaciones distendidas, de relax y de calma aparente, ofrece al espectador una dosis de optimismo, de tranquilidad esperanzadora, con un efecto balsámico ante esta sociedad convulsa.
Las obras, que recrean fielmente distintos rincones pintorescos de Palma, retratan espacios que todo oriundo tiene grabados en la retina. Es en este punto donde el placer de la identificación toma partido. Si, parafraseando a Lacan, el estadio del espejo para la formación del “yo” es crucial, y es a través de éste y su reflejo cuando se produce la capacidad de percepción de uno mismo, las obras de Carrió funcionan de forma similar, como un espejo donde el espectador se reconforta en la identificación de lo que ve. Se centra en Palma, una Palma que le inspira, de la que intenta extraer pequeños pedacitos de encanto que, por un motivo u otro, despiertan la atención del pintor y, a modo de recorte, decide inmortalizar en sus cuadros; “es Palma, es lo que conozco y es lo que me gusta” afirma el artista.
A menudo, estos espacios están protagonizados por personajes ajenos a nuestra mirada, como pequeñas ventanas que transportan fragmentos de vida a un lienzo. En la serie, encontramos algunas piezas donde los protagonistas no miran con complicidad, sino que dan la espalda al espectador continuando con su actividad: un café, compras, paseos, charlas o el simple hecho de estar. Estos rostros velados revelan una falta de identidad de los personajes, donde nuevamente se reafirma el concepto de la identificación; cualquiera de ellos podemos ser nosotros.
Sin embargo, esta no será su única estrategia; en otros casos, dota de absoluta personalidad y carácter, con trazo definido e introspección psicológica, a una serie de muchachas de mirada insinuante, como ocurre en “La chica de rojo”, en “Twenties” o en “Polo de naranja”. El contexto comienza a perder importancia preponderando con toques de delicada sensualidad, y, en algunos casos, de elegante erotismo, la fetichización de la figura femenina. Cuerpos expuestos, cuerpos politizados, vestidos a la moda parisina, con abrigos, cinturones, sombreros y cortes a lo garçon. Pese a despertar una gran admiración por parte del público femenino, las piezas atienden además, a lo que la mirada masculina espera,  pudiendo remitirnos así a la teoría de la doble mirada de Laura Mulvey, donde se diferencian dos tipos de placeres: el placer escopofílico, definido como la estimulación de observar lo que se ofrece expuesto a modo de objeto erótico-sexual, siendo éste el caso de los retratos de las citadas jóvenes, y el placer narcisista, basado en la identificación, que Carrió reserva, como hemos visto, para su otra tipología de piezas.
Sin duda alguna, el artista posee el talento necesario para la ejecución de una pintura bella, delicada y estéticamente placentera. Tras años de experimentación con diversas técnicas, su obra, en la que se puede apreciar una constante evolución, ha conseguido la madurez necesaria para dar el paso hacia la consolidación de un estilo propio. Sus pinturas, elaboradas con sumo cuidado y gran pasión, tienen reminiscencias del estilo de los grandes impresionistas y postimpresionistas -Renoir, Manet o Sorolla. Guiado en su estudio por las evocadoras melodías de la chanson française, sus cuadros son el reflejo de ese sentimiento bohemio y hedonista de la vida, presente en el París de antaño, con una mezcla de tendencias de finales del siglo XIX.
Carrió tiene el potencial, el don extremadamente apreciado de la gracia innata para plasmar la expresión de los rostros en sus retratos, para reflejar el sentimiento universal e intergeneracional de la alegría de vivir, para dotar de vida y de sensualidad a los cuerpos de las mujeres que habitan en sus cuadros. Es un pintor sincero, que se vuelca con dedicación y estima en todas y cada una de sus creaciones, un rasgo imprescindible, como él mismo comenta, para su madre; su mejor crítica.
Como dijo Elbert Hubbard, “el arte no es una cosa sino un camino”, y Carrió, consciente de ello, avanza reinventándose en cada etapa de su evolución, con la expectativa de seguir siendo fiel a la espontaneidad de su inspiración y al trabajo bien hecho. Disfrutemos por el momento de su reciente producción, un canto a la seducción y al deleite; un  auténtico antídoto hedonista.


Sara Rivera Martorell
Aina Ferrero Horrach

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